Francisco De Luna
Xalapa, Ver.-Allá donde el mar se une con las
montañas y donde descansan las almas milenarias, ahí se ubica la zona
arqueológica Quihuaiztlán. En estas
alturas el viento sacude la vegetación que como un guardián abraza a la ciudad
prehispánica.
El asentamiento ancestral tiene un significado
lírico y proviene de la palabra náhuatl, “Lugar de la lluvia”. Es como un terreno
romántico y no es para menos, pues sus habitantes tenían el privilegio de mirar
las aguas del Golfo de México.
Se trata de una ciudad cementerio, y es una
fortaleza por estar entre grandes peñascos y altas cuestas soportadas por muros
defensivos edificados a finales del periodo Clásico tardío en el 800 Después de
Cristo.
El sitio arqueológico que habitaron los totonacos
está asentado en Villa Rica, municipio de Actopan, Veracruz, lugar que también
fue la puerta de entrada para la conquista de México.
Pedro López Jiménez, custodio del asentamiento prehispánico, nos contó de la ciudad sagrada y de las pirámides atrapadas por las raíces de los árboles, escenas que hacen pensar que se trata de la naturaleza que no quiere dejar escapar toda la historia.
Hasta la fecha se han localizado 78 tumbas,
distribuidas en tres cementerios, juegos de pelota, seis áreas delimitadas de
manera natural y artificial mediante cantiles y muros defensivos.
El mayor número de piezas localizadas han sido
metates, por eso a la peña que sobre sale imponente desde la carretera también
se le conoce como el “Cerro de los metates”.
El custodio, cuenta que en estos sepulcros fueron
localizadas sólo algunas extremidades “ningún cuerpo estaba completo”, lo que
hace aún más interesante el recorrido en el Lugar de la lluvia.
Sólo había, cráneos, piernas o brazos acompañados
por ofrendas, lo que también significa que hubo rituales durante los entierros.
Aquí se registró la gestión religiosa, los
cementerios y era un espacio dividido con la élite y el resto de sus habitantes
vivían en partes medias y bajas. Su auge tuvo lugar en el periodo Clásico y
hasta la llegada de los españoles en 1519.
En Quiahuiztlán hay quietud, pero su historia habla.
Las pirámides y las tumbas que miran imponentes las aguas del mar hacen sentir
la carga espiritual y las almas de quienes alguna vez habitaron este sitio
milenario.
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