LA FIESTA DE SAN JERÓNIMO Y LA TRADICIÓN DE LOS ARCOS
Es la noche del 28 de septiembre. En el barrio de Los Carriles, en las calles de Arteaga, Hernández y Hernández, Quintana Roo y Los Carriles, en la parte alta de la ciudad, se desarrolla una intensa actividad; se festeja y se trabaja: los arcos están casi listos.
Es la noche del 28 de septiembre. En el barrio de Los Carriles, en las calles de Arteaga, Hernández y Hernández, Quintana Roo y Los Carriles, en la parte alta de la ciudad, se desarrolla una intensa actividad; se festeja y se trabaja: los arcos están casi listos.
Los arcos son estructuras de troncos y carrizos sobre las que se entreteje una decoración floral, con las cuales se engalanan las puertas de las iglesias con motivo de las fiestas patronales. Podemos encontrar sus raíces en la tradición prehispánica de construir enramados para decorar los templos durante sus festividades religiosas.
Unas dos semanas antes dio inicio este trabajo. Una madrugada, los hombres marcharon rumbo a Alchichica, en el estado de Puebla, a buscar “la flor”, protagonista de la decoración, planta que recibe el nombre de Soto, sierrilla o flor de cucharilla. En realidad no se trata de una flor, sino de las pencas de un pequeño agave llamado dasylirion acrotriche.
La cucharilla, de un brillante color marfil, se combina con otras plantas, en particular con la flor del tencho, de un rojo intenso, pequeña bromelia que crece sobre los árboles de los bosques aledaños. El blanco de la cucharilla y el rojo del tencho son la base cromática y decorativa de los arcos: los colores de San Jerónimo, a quien se suele representar vestido con ropajes de cardenal. Se suman otras plantas, como la flor de platanillo, también roja, y pino, ciprés o bejuco aportan una nota verde.
Durante quince días los hombres, en sus ratos libres, tras el trabajo, se reúnen para ir avanzando la labor de trenzado de plantas para formar la decoración del arco. Motivos geométricos, florales, arquitectónicos o religiosos, siempre jugando con el contraste del blanco y el rojo, van tomando forma sobre los carrizos.
Volvamos a la noche del 28. Los arcos están por acabarse. Esta noche es la última antes del gran día. Por eso se trabaja hasta acabar, aunque no se duerma. Junto a cada arco en elaboración se reúnen los vecinos, hay bailes en varios de ellos, los mayordomos invitan tamales, tortas, guisados, aguardiente… El cohetero se da vuelta por cada uno de ellos, haciendo su trabajo. Se espera al párroco local, que pasará a bendecirlos.
En Los Carriles, la familia Huesca, a cargo de la mayordomía hace ya varias generaciones, cuida del arco principal, el primero según la tradición. Con el tiempo se fueron sumando otros esfuerzos y hoy en día se construyen alrededor de once.
Llegada la tarde, inicia la bajada. Acompañados de música, payasos, danzantes y coheteros, cuadrillas de hombres transportan en hombros las estructuras, que pesan de una a tres toneladas y miden hasta doce metros. Intenso esfuerzo suavizado a veces por la fina lluvia septembrina o, si no, por los vecinos, que arrojan agua sobre ellos.
Llegados al centro, el arco principal se colocará en la puerta de la parroquia de San Jerónimo y los demás se distribuirán por las demás: el Sagrado Corazón, la Guadalupe, el Calvario…
Así, el 30 de septiembre, día del santo, las iglesias de la ciudad lucirán de fiesta para celebrar.
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