Por Francisco De Luna
Poza Rica, Ver.- La ciudad prehispánica de "El Tajín" se envuelve entre humo, olor a incienso, flor de cempasúchil, licor, comida y veladoras para llevar a cabo el ritual "Litlán" y pedir "permiso" de continuar con vida en el transcurso del año; las ofrendas son en honor a las deidades indígenas que hacen latir a los «Tres Corazones» del Totonacapan.
Al ritmo de los sones, curanderos y rezanderos recorren desde la entrada de la zona arqueológica cada pirámide en donde dejan las ofrendas en agradecimiento a sus dioses ancestrales.
Tirzo Jiménez Vaquero, Curandero originario de Polutla, municipio de Papantla, cuenta que los médicos tradicionales con sus rituales veneran a la ciudad prehispánica, le encieden velas y bailan frente a la pirámide de los "Nichos".
Con sus bailes rodean una mesa que está en el centro donde depositan los objetos que han de entregar al caer la noche, también sacrifican a un ave, se trata de un guajolote al cual entre varios le dan muerte.
Acompañados por las luces de sus velas, el ambiente se torna en colores tenues, el viento prolonga el olor a incienso y el humo se esparce entre los edificios iluminados en colores, rojo, azul y verde.
Algunos rezos se hacen en «Tutunakú» (Tres Corazones), para realizar el vínculo entre las deidades y el mundo terrenal. Vestidos todos con trajes regionales, niños, mujeres y ancianos, muestran en sus rostros el respeto a su cultura, ataviados de con flores avanzan entre los paredones de pirámides.
La música no deja de sonar en ningún momento, de la guitarra y el violín se escuchan las notas de los sones. La tarde color dorada cayó temprano y detrás de las pirámides el sol se va ocultando, el ritual continúa así durante varias horas.
«Litlán», empieza a las 17:30 horas y se alarga hasta las 06:00 de la mañana del otro día, porque deben comenzar a preparar el ave que fue sacrificado frente a las pirámides que remontan a la época prehispánica.
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