Xico despierta antes del alba. A las cuatro de la mañana, el silencio de las calles comienza a romperse con murmullos, risas contenidas y el golpeteo leve de maderas contra el suelo. Es 19 de julio, y el pueblo entero se ha convocado, como cada año, para vestir su calle principal con un tapiz efímero de aserrín teñido. No hay distinción de edades ni jerarquías: niños, jóvenes y ancianos participan hombro a hombro en la creación de una obra que durará solo unas horas, pero cuyo significado trasciende el tiempo.
La alfombra de aserrín que adorna las calles de Xico es mucho más que un adorno festivo. Es una tradición viva con más de cuarenta años de historia, heredada de antiguos visitantes de Huamantla, y que el pueblo ha adoptado con una identidad propia. Cada julio, en honor a Santa María Magdalena, su patrona, Xico se transforma en un lienzo de más de un kilómetro de longitud, donde el aserrín se convierte en pintura y el suelo en altar.
Desde meses antes, familias enteras planean con cuidado los diseños: algunos reproducen símbolos religiosos como cruces, palomas y cálices; otros prefieren escenas de la vida xiqueña, máscaras tradicionales, motivos prehispánicos o representaciones de su entorno natural. No hay límite para la creatividad, salvo uno: todo debe estar terminado antes de que la procesión comience.
El proceso es artesanal y comunitario. El aserrín llega desde municipios vecinos, teñido con anilinas vibrantes. Se colocan moldes de triplay sobre el empedrado y se comienza a llenar con precisión milimétrica, rociando agua para fijar los colores y evitar que el viento arruine la obra. Las calles se vuelven una galería a cielo abierto, una manifestación colectiva de devoción y orgullo local.
Y entonces llega la noche. Con solemnidad, la imagen de Santa María Magdalena es sacada en procesión y avanza lentamente sobre la alfombra. Cada paso de la santa destruye una parte del tapiz, borrando lo que se creó con tanto esmero. Pero en esa destrucción hay una belleza silenciosa: es la expresión más pura del ritual, el acto de ofrendar algo precioso con la certeza de su fugacidad.
El tapete de aserrín no busca permanecer. Su propósito es otro: unir al pueblo, rendir tributo, renovar la fe. Es un arte que se esfuma, pero que deja una huella profunda en quienes lo crean y en quienes lo contemplan. Año con año, Xico renace en aserrín y color, en manos que dibujan, en pies que marchan, en corazones que laten al ritmo de una tradición que no se olvida.